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Me encantaría decirte tantas cosas. Empezar contándote que encontré a esa persona que un día juraste que encontraría, tras diez años dejé de compararte con todo aquel que me besaba. Conseguí bajarte del pedastal al que te había subido y me encanta recordar lo mucho que te quise, como una adolescente se dejó el corazón durante diez años anclado a tu recuerdo. Me encantaría decirte que te he superado pero para ello debería comenzar a olvidarte y me niego, porque gracias a ti soy quien soy, tu me ayudaste a crecer, me viste hacerlo. También reír. Por los cuatro costados, también por los lados de la cama. Qué feliz era, y que feliz soy. Te encantaría saber que sigo manteniendo esa manía que juraste que alguna vez dejaría. Qué sigo amando la fotografía. La música. Que estoy empezando a quererme mejor. Te encantaría mi último tatuaje y seguro que dirías que te enamoraste así de mí. Libre. Tan libre que nos dio miedo al principio querernos. Dos almas tan fugaces que tras mirarse supieron que querrían compartir todas sus noches, con sus lunas. Que todas mis noches serán luna, algo tan simple y mágico que siempre será nuestro. Palabras clave que sólo tú sabrías describir cómo me siento sin decírtelo, porque nos sentíamos así. Nos queríamos así. Ojalá vieses la mujer que soy a día de hoy. Te sacaría de quicio y seguramente seguirías riéndote de lo rápido que pierdo el hilo. Me regalarías una caja. Te daría mi libro que nunca vió la luz y del que tú siempre fuiste protagonista. Te daría las gracias, infinitamente. Aún habiendo cometido errores, aún habiendo sido unos críos sin suficiente inteligencia emocional. Te abrazaría como la última vez, con las lágrimas en los ojos. Gratitud eterna. Un amor eterno, mi primer gran amor. Irme sin querer hacerlo fue lo más duro, pero saberte feliz a día de hoy por haber hecho trizas mi corazón mereció la pena. Merecías la alegría. No importa cuán lejos estemos, recuerdas. ‘Se separaron y tomaron caminos opuestos, pero olvidaron que el mundo era redondo’.